Presentado por el Palacio Quintanar, centro de innovación y desarrollo para el diseño y la cultura, de la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Castilla y León.
Eugenio Vega - Reflexiones sobre el diseño
PALACIO QUINTANAR, centro de innovación y desarrollo para el diseño y la cultura, de la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León, presenta, con la especial colaboración de Experimenta Magazine: «Reflexiones sobre el diseño». Un espacio original de Experimenta Magazine dedicado a las reflexiones e inquietudes de los profesionales del diseño Emilio Gil, Joan Costa, David Barro, Luis Montero, Eugenio Vega y Teresa Jular.
La columna de Eugenio Vega en Experimenta. Hoy: «Diario del año de la peste»
“En casi todas las casas se veían lágrimas y se oían lamentos, sobre todo en los primeros tiempos de la pandemia, pues hacia el final los corazones de los hombres estaban tan endurecidos y era tal la costumbre de tener la muerte siempre ante los ojos, que ni siquiera se preocupaban por la pérdida de sus amigos, esperando que a ellos mismos les llegase su hora de un momento a otro”.
(Daniel Defoe. Diario del año de la peste, 1722).
Sin duda, el año que acaba de concluir quedará en la memoria de todos nosotros como aquel en que una inesperada tragedia se extendió dejando tras de si un triste rastro de muerte e incertidumbre. Mientras la sociedad de otros tiempos parecía acostumbrada a las desgracias, estas son menos soportables en un mundo que ha alcanzado un inmenso desarrollo técnico y científico. En una entrevista en der Spiegel, Frank Snowden, antiguo profesor de historia de la medicina en Yale, subrayaba cómo la relación de los seres humanos con la enfermedad (y, en definitiva, con la muerte) es hoy sustancialmente distinta: “El impacto de nuevas enfermedades desconocidas que aparecen repentinamente de la nada, como sucede con el coronavirus, es enorme […] La viruela, por ejemplo, era una enfermedad horrible que mató a más de la mitad de los infectados, a menudo niños, y desfiguró a la mayoría de sus sobrevivientes. Y, por supuesto, la gente tenía miedo. Pero a principios del siglo XVIII, era aceptada de una manera fatídica” (Snowden, 2020).
Pero no es la primera vez que esta cultura tecnificadao se enfrenta a una pandemia. En 1981, un virus desconocido, el VIH, se propagó por los países ricos sin que la ciencia pudiera evitarlo. Como la única forma efectiva de combatir el sida, la enfermedad que provocaba, era la difusión de información veraz sobre las medidas de prevención, la prensa y la televisión tuvieron un gran protagonismo. En esa relación convivieron el derecho a la información, la manipulación política y los intereses comerciales.
Además, aunque era necesario luchar contra la discriminación de los enfermos, los medios decían (más de una vez) que el virus afectaba solo a determinados “grupos de riesgo” que eran “culpables” de enfermar por su vida licenciosa. La reacción de algunos sectores conservadores ante las políticas de prevención no ayudaba mucho a ese propósito. En Estados Unidos, Jerry Falwell, fundador de una denominada Moral Majority, llegó a declarar que “el sida era un castigo de Dios, no solo para los homosexuales, sino para una sociedad que los toleraba” (Press, 1993). Pero tampoco la administración Reagan puso mucho interés en el asunto. Como recordaba hace unos meses Anthony Fauci, director del National Institute of Allergy and Infectious Diseases desde 1984, el presidente no mencionó la enfermedad hasta 1987, cuando ya habían fallecido más de 20 000 personas.
En aquellos años, el desarrollo de la televisión por cable en Estados Unidos y la aparición de las cadenas privadas en Europa redujeron el impacto de la publicidad entre los consumidores. Las audiencias masivas, vinculadas a prácticas casi monopolísticas, eran imposibles en un contexto de oferta diversificada. En consecuencia, el coste de emisión de un anuncio en las televisiones españolas, por ejemplo, cayó un cincuenta por ciento entre 1990 y 1996.
Pero lo peor fue que mucha de la publicidad sobre el sida y el VIH, que debía ir destinada a grupos concretos de población (minorías étnicas, jóvenes) era difundida por medios generalistas que no podían distinguir a sus espectadores de otra forma que no fuera por franjas horarias. El sida, además, supuso un desafío en la medida que puso en cuestión la tendencia iniciada en los años sesenta a separar las narraciones de los anuncios de los contenidos que anunciaban (Dobrow, 1984). Con el sida era necesario hacer llegar ideas específicas de forma efectiva a personas concretas.
II
En 2020 parecía que el protagonismo informativo correspondería a las denominadas redes sociales. La clausura de los perfiles de Donald Trump en Twitter y Facebook en enero de 2021 pone de manifiesto la importancia de Internet para aquellos políticos cuya forma de gobernar es opinar. Tampoco esto es nada nuevo. Durante los años veinte, el general Primo de Rivera dedicaba gran parte de su tiempo a difundir las llamadas “notas oficiosas” (redactadas por la mañana, tras una noche de excesos) sobre los temas más insólitos, muchas veces ajenos a los asuntos importantes (Preston, 2019, 258).
La popularidad de los dispositivos digitales es tanta que, en España, el número de teléfonos móviles supera con creces al de habitantes: 53,4 millones de aparatos frente a 46,9 millones de personas. Este hecho, que permitió llevar el consumo audiovisual a los dispositivos digitales, es la confirmación de la crisis que la televisión convencional había empezado en los años del sida, Cuando, finalmente, llegó la difusión en streaming, el monopolio de las televisiones se dio por terminado.
Un hecho decisivo de esta pandemia ha sido la continua difusión de datos sobre enfermos y fallecidos desde los primeros días. La información tuvo efectos en la opinión pública, pero también en los gobiernos, preocupados por las consecuencias políticas de su gestión. Por otra parte, las redes sociales se convirtieron en soporte para la difusión de teorías, más o menos disparatadas, sobre el origen de la enfermedad que, en opinión de Antony Beevor, explotan la desconfianza en las instituciones democráticas al afirmar que el Sars-CoV-2 es un engaño para controlar a los ciudadanos (Beevor, 2020).
Paradójicamente, esta situación dio nueva vida a los televisores que parecían olvidados en las salas de estar de millones de hogares. En España, el consumo medio de televisión alcanzó, en el mes de abril de 2020, la cifra record de 294 minutos diarios, un aumento de casi setenta minutos con relación al mismo mes del año anterior e, incluso, por encima de las audiencias de la década de los noventa (GECA, 2020, 14). En Francia, durante ese mismo periodo, la televisión fue el medio preferido por el 20% de las personas para informarse, frente al 11% que lo hizo por los medios digitales y un 7% por las redes sociales: “las cadenas de televisión han sabido reaccionar para adaptarse al nuevo modo de vida de los franceses” (SNP, 2020). La televisión pudo llegar a segmentos de población para quienes las redes sociales no son, pese a lo que creen muchos, la principal fuente de información.
Pero la diabólica relación entre información y sensacionalismo, que caracterizó la presencia del sida en los medios, ha estado presente desde el primer día en las pantallas durante al año que ahora concluye. El 13 de abril de 2020, la revista Más y Más, publicaba en su cubierta una fotografía de la reina de las mañanas de Telecinco a la que definía como un “referente en la lucha contra la pandemia”, y destacaba su (impagable) labor en tiempos de tanta zozobra. Y todo ello, gracias a su completo armario de tertulianos de primera fila, que lo mismo explican el funcionamiento del sistema inmunológico que se emocionan con la religiosidad de la música de Olivier Messiaen. Un poco más abajo, en esa misma cubierta, Bárbara Rey y Belén Esteban amenazaban con explicar sus recetas para la cuarentena.
A quienes no guste este tipo de periodismo, habría que recordarles el compromiso y la entrega que define a las grandes profesionales de la información, inasequibles al desaliento. Así, el 20 de enero, en esa misma publicación, la reina de las mañanas ya avisaba que “los que quieren que me jubilen van listos”, y algo después, el 18 de marzo, en Diez Minutos, insistía (rotunda), en una entrevista con Rosa Villacastín: “no está en mis planes jubilarme”.
En fin, quiera Dios que, aunque sea tarde, lleguemos a ver un mundo mejor.
Referencias
Beevor, Antony. (2020) “Rezo para que mis predicciones sobre la pandemia sean erróneas, pero me temo que no lo son”, entrevista con Carlos Manuel Sánchez, en XL Semanal, diciembre de 2020.
Dobrow, Larry. (1984) When Advertising tried harder. Nueva York, Friendly Press.
GECA. (2020) Balance GECA abril 2020. Madrid, Gabinete de Estudios de Comunicación Audiovisual.
Hamburg M.A. y Anthony Fauci. (1989) “AIDS: The Challenge to Biomedical Research”, en Daedalus 118, nº 2, primavera.
Press, Bill. (1993) “The sad legacy of Jerry Falwell” en Milford Daily News, viernes 18 de mayo de 2007.
Preston, Paul. (2019) Un pueblo traicionado. Barcelona, Debate.
Snowden, Frank M. (2019) Epidemics and Society. From the Black Death to the Present. New Haven y Londres, Yale University Press.
SNP TV. (2020) Etude sur la percepción des médias et de la publicité post Covid-19 que fait ressotir le role majeur de la TV dans la vie des français et la pertinence de la pub TV. Syndicat National de la Publicité Télévisée. Neuilly-sur-Seine, 16 de junio de 2020.
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